Mi
amigo Tasio me sugirió que intentara no enfadarme, y en lugar de ello
aprovechara mi vena irónica para comentar aquellas cosas que removían los jugos
gástricos de mi estómago. Pero lo que no sabe mi amigo Tasio, o seguramente lo sepa pero quiso ser
delicado al decírmelo, es que mi sentido de la ironía es un cúmulo de mala
leche ante lo que me parece intolerable.
Y
esta mañana escuchando la radio, se ha producido en mi dicho cúmulo al escuchar
una entrevista a la presidenta de la asociación de familias numerosas.
(Reconozco que el tema por si solo, ya era un mal comienzo para mi)
La
presidenta en cuestión nos ha informado del número de hijos que tenían algunas
de las familias de la asociación. Rondaban
entre los cuatro y los diecisiete, es decir, cuatro hijos era el menor de los
números, y diecisiete el mayor. La mayoría, o un buen número de familias, rondaban
entre los 8 y doce hijos. Hasta aquí nada que decir, a no ser la postilla
añadida por la señora presidenta: “somos de lo mas variopinto, no pertenecemos,
como mucha gente cree, a ninguna ideología política o religión concreta”
Y
de momento casi me cuela el gol, pero acto seguido una piensa en los gitanos y
sus numerosas proles y te das cuenta de que en su asociación no existe ninguna
familia gitana, por lo cual, no solo pertenecen a una ideología política, sino
también a una religión. Y además, mienten.
Conforme
iba adelante la entrevista, mi cúmulo iba creciendo, no a la par, sino en la
proporción de diez contra uno a favor del cúmulo.
La
señora presidenta nos ha comentado cosas como: “tienen que trabajar los dos
padres puesto que el gasto es mucho mayor” o “viven en pisos, no creamos que en
caserones” o “hay familias numerosas en
las que los dos padres están parados y actualmente viven de sus ahorros” o “no
tenemos ayudas”.
Tengo
que decirle a mi amigo Tasio, que la ironía se diluye en el cúmulo, que el estómago
tiene, o por lo menos el mío, un cierto control de sus jugos gástricos, y que
la acidez azota sin piedad cuando mi cúmulo llega a la proporción de diez a
uno.
De
pronto, la alegre, pausada y controlada
voz de la señora presidenta me ha recordado a los cuentos de hadas. Esos
cuentos en los que la cenicienta va al baile en carroza y con zapatitos de
cristal; solo que los cuentos de hadas no existen. O si existen, pero personas
como la señora presidenta, logran con su desfachatez que no creamos en ellos.
Quisiera
yo saber cuantas de esas familias han
sido desahuciadas. Quisiera yo saber que salarios tienen esos padres que
después de alimentar, vestir y llevar al colegio a sus hijos, pueden ahorrar.
Quisiera yo saber si alguno de ellos cuenta con algún hijo discapacitado y en
consecuencia le han quitado la ayuda que recibían, aunque con sus ahorros
seguramente pueden suplir la ayuda. Quisiera yo saber cuantos de esos hijos han
tenido que ponerse a trabajar por no poder ir a la universidad. Quisiera yo
saber cuantos metros tienen los pisos en los que viven. Quisiera yo saber
porque no cuentan en sus estadísticas las familias de etnia gitana.
Pero
no lo se porque no lo ha dicho. Todo era alegría y felicidad, porque ellos
están por la vida, no contra la vida.
Nosotros
no señora presidenta, nosotros no estamos ni en por ni en contra, nosotros
estamos en la vida, luchando para que nuestros hijos o los hijos de los demás,
tengan un futuro mejor del que les espera. Nosotros señora presidenta, estamos
por tener el número de hijos a los que creemos les vamos a poder dar lo que los
de ustedes tienen siendo un tropel. Nosotros señora presidenta estamos en la
vida para enseñarles a nuestros hijos o a los hijos de los demás que los
cuentos de hadas existen, pero que eso no es óbice para que debamos luchar sin
esperar que se hagan realidad.
Señora
presidenta, váyase usted al cuerno, y no olvide llevarse a su semental y a su prole.